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agresividad reactiva

Agresividad reactiva y proactiva en las interacciones personales

La agresividad, algunas de sus formas y sus orígenes

La agresividad reactiva es un tipo de agresividad, entendiendo que   agresividad es lo que nos lleva a agredir a otras personas, mientras que la agresión es toda acción que tiene la intención de hacerle daño a otra persona. Entre los tipos más comunes encontramos la agresión física (cuando el daño causado es físico), la verbal (cuando se hiere a través de las palabras), y la relacional (cuando el daño es hacia las relaciones de una persona o su estatus social). En muchas culturas la agresión física es más común entre los niños, mientras que entre las niñas se da más la agresión relacional. En cuanto a sus funciones se han diferenciado dos tipos de agresión; la reactiva y la instrumental.

Agresividad hace referencia a un estado mental subjetivo asociado a distorsiones cognitivas, conductas verbales y motrices, y determinadas pautas de activación física. Kassinove y Sukhodolsky (1995).

Lo que caracteriza a la agresividad reactiva es que se origina como respuesta ante una ofensa real o percibida; es la respuesta al insulto o el golpe que siente una persona cuando se siente herida por otra. En ocasiones se la ha relacionado con un comportamiento de rabia impulsivo, que surge con la intención de herir a alguien y como reacción a una frustración o provocación reciente. Así, en la agresión reactiva no existe una premeditación del comportamiento y sus consecuencias, es decir un origen racional, sino que se origina a partir de una emoción como el enfado, la furia, la hostilidad o la ira.

Causas que motivan la agresión reactiva versus la agresividad proactiva

La agresión reactiva está basada en el modelo de frustración-agresión de Dollard (1939), que mantiene que éste tipo de comportamiento surge como reacción a una amenaza percibida y que suele estar relacionada con una activación emocional intensa, altos niveles de impulsividad y hostilidad, y déficits en el procesamiento de la información. Siendo su principal motivación dañar a otro, sin perseguir otros objetivos o metas concretas. La amenaza percibida está relacionada con una tendencia a suponer que otras personas nos quieren hacer daño, aunque no existan evidencias de dichas intenciones.

Algunos autores sostienen que cuando la persona se frustra al no conseguir el objeto o la recompensa deseada, la respuesta más común ante esta frustración es la conducta agresiva. Siendo mayor la tendencia a reaccionar de forma agresiva cuanto mayor sea el grado de satisfacción frustrado y las expectativas de la persona. El rasgo «agresividad» se puede medir mediante un análisis de la personalidad.

Algo muy diferente sucede en la agresividad proactiva o instrumental, que tiene su explicación en el modelo de aprendizaje social de Bandura (1973), y que es aquella que utiliza la persona como estrategia para obtener un objetivo o beneficio. No requiere la activación emocional que caracteriza a la agresividad reactiva, sino que se trata de un tipo de agresividad más fría, instrumental y organizada.

El modelo de déficits en el procesamiento de la información sostiene que niños y adolescentes hacen frente a las situaciones sociales con una capacidad biológica limitada y con una memoria internalizada basada en sus experiencias pasadas, que guiarán su procesamiento de la información que reciban del exterior.

Investigación sobre agresividad reactiva y proactiva con niños

Dodge el al. (1986) realizaron experimentos para explicar la competencia social en los niños en los que éstos debían interpretar las intenciones de unos modelos que veían en un televisor como hostiles, prosociales, accidentales o ambiguas. Con ellos establecieron los pasos que éstos realizan a nivel mental hasta llegar a la selección de la respuesta adecuada, y vieron que en algunos de ellos se daban procesamientos ineficaces o inexactos que hacian que se comportasen de forma agresiva ante el comportamiento o provocaciones de sus compañeros. En base a esta interpretación justificaban su sentimiento de enfado y el hecho de utilizar la agresividad, no siendo conscientes de que su interpretación no era la correcta.

Crick y Dodge (1996) trataron de diferenciar donde se producían los fallos en el procesamiento de la información, que conducían a respuestas inadaptadas como la de agresión. Llegando a la conclusión de que en el caso de la agresividad reactiva, esto sucedía cuando interpretaban los indicios de la situación. En esta fase es en la que se de encuentran las atribuciones causales, las atribuciones de intención y otros procesos interpretativos como la evaluación del logro, la evaluación de actuaciones pasadas, las autoevaluaciones y las evaluaciones de otros. Esto era debido a que los niños agresivos presentaban prejuicios atribucionales hostiles en respuesta a estímulos ambiguos. Lo que les hacía interpretar las intenciones de los demás como dañinas y le hacía responder de forma agresiva.

Sin embargo en los niños que presentaban agresividad proactiva, el error se producía a la hora de interpretar la respuesta en la fase de decisión de respuesta. En esta fase es en la que encontramos la evaluación de las respuestas, las expectativas de resultados, la evaluación de autoeficacia y la selección de respuestas. Esto fue debido a que los niños con este tipo de agresividad pensaban que la agresividad era una manera más de conseguir sus objetivos. Valoraban positivamente la agresividad y esperaban obtener con ella resultados positivos.

Prevención de la agresividad

Es importante prevenir tanto la agresividad reactiva como la agresividad proactiva en los más jóvenes enseñándoles pautas de comportamiento y estrategias que puedan poner en práctica en su vida diaria y que les ayuden a controlar los sentimientos de frustración o de amenaza y la impulsividad. Deben aprender a no convertirse en víctimas de sus propios pensamientos y emociones, algo que se puede llevar a cabo con programas específicos en las escuelas que incluyan algunas sesiones con los familiares.

Entre las áreas más importantes a trabajar para evitar la respuesta agresiva están la autoestima, la autocrítica, el autocontrol, la evitación de la repetición mental de situaciones que nos hallan hecho sentir humillados (rumiación), aprender a expresar nuestros sentimientos para asumir, interiorizar y superar conflictos, aclarar lo que realmente queremos, buscar nuevos caminos y la autosuperación frente a la competitividad.

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